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El ciudadano (1941)

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El ciudadano - 1941
El ciudadano Kane
El ciudadano Kane

El ciudadano (1941), un coleccionista de estatuas y de personas

ACTUALIDAD CINEMATOGRÁFICA (LUIS ESPINAL)

Diario Presencia (La Paz, domingo 3 de septiembre de 1978)

EL CIUDADANO (CITIZEN KANE, 1941) de Orson Welles, es un antecedente de lo que luego será el cine europeo de la nueva ola francesa; es un preludio de Resnais y Robbe Grillet, con treinta años de anticipación. EL CIUDADANO supone el ingreso del cine moderno a la modernidad: en realidad es la primera película verdaderamente sonora, en el sentido que aprovecha todas las nuevas posibilidades aportadas por el cine hablado, catorce años antes.

EL CIUDADANO es un rompecabezas a partir de la palabra “rosebud” (capullo) que el magnate dijo antes de morir, se hace una encuesta entre diversos personajes cercanos a su vida. Mientras se quema esta palabra clave, sobre su pequeño juguete de niño, comprendemos el secreto profundo de Charles Foster Kane: su última palabra se refiere a lo que fue su primera posesión.

Porque Kane es un fanático del derecho de propiedad; es un capitalista puro; por esto, es un coleccionista de estatuas y de personas. El no ama sino que sólo posee y domina; los demás son sólo piezas de su colección “cosas” que sirven para darle prestigio.

Este secreto de su vida queda también significado por otra imagen que aparece al final y al principio de la película el cartel de “No traspassing” (No pasar), emblema supremo de la propiedad privada y del enigma de Kane.

En cuanto a la plástica, la película es totalmente expresionista. y sería impensable sin el cine alemán de entrecierras. Las angulaciones enfáticas y, sobre todo, las luces y sombras hirientes, se convierten en un homenaje a Max Reinhardt.

Pero, además de expresionistas, Welles (como Kane) es un barroco; desde las colecciones de Xanadú, hasta el rompecabezas narrativo son del más intenso barroquismo.

La narración rompe toda cronología, para darnos las piezas de un mosaico, en repetidas vueltas atrás, a partir de narraciones de diversos personajes. La fluidez de las transiciones es excelente, a veces, cambiando la escena detrás del mismo narrador.

Un elemento de este barroquismo es la superación del montaje tradicional. La dialéctica que los cineastas soviéticos pusieron entre plano y plano, Welles, la pone dentro de cada uno de los planos; para ello, el espacio ha de ser complejo, y la profundidad de campo (la tercera dimensión captada por lentes panfocales o grananguláres) es necesaria, para oponer un término a otro, para crear antagonismo entre diversas acciones simultáneas.

Este monumento barroco, este déspota con fachada democrática se desmonta como en un exorcismo. Este nuevo Hearst (en quien se inspiró Orson Welles) no recoge la opinión pública (que sería un acto democrático) sino que la crea por la fuerza (que es un acto despótico).

Por donde ha pasado Kane, quedan sólo ruinas; y ésta es la dimensión shakespeariana de Welles. Por esto el film no tiene un final feliz, sino que es la condena de Kane; aunque, por debajo, corre una oculta corriente de simpatía. ¿Acaso Orson Welles no tiene mucho de Kane?

 

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